
Por Haydee García
Edición por Elizabeth Díaz
El 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos desaparecieron en Iguala, Guerrero. Diez años después, sus familias y la sociedad mantienen viva la exigencia de verdad y justicia. Lo que comenzó como una herida local se convirtió en un clamor internacional que resiste al tiempo. En 2024, al cumplirse el décimo aniversario, esta galería de imágenes tomadas en 2014 contrasta con las del presente. Los rostros de los padres, entonces marcados por la angustia y la incertidumbre, hoy reflejan una determinación férrea forjada por años de lucha. Cada marcha, cada consigna, y cada pancarta con los rostros de los estudiantes son un acto de memoria colectiva, un recordatorio de que la verdad no se negocia.
Estas imágenes, capturadas en la primera marcha el 8 de octubre del mismo año son un testimonio visual de un dolor que se niega a desvanecerse. Son un puente que conecta el pasado con el presente, recordándonos que la lucha por los 43 estudiantes ha trascendido las fronteras temporales y geográficas, convirtiéndose en un ícono de la lucha contra la desaparición forzada.
En esta década, los gobiernos han cambiado, pero las respuestas no han llegado. Las familias han enfrentado obstáculos, indiferencia y promesas vacías, pero no han dejado de caminar. Su lucha no solo busca justicia para sus hijos, sino que representa una demanda nacional por la verdad y contra la impunidad. Ayotzinapa no es solo una herida abierta; es también un símbolo de resistencia. Es un llamado a no olvidar y a seguir exigiendo un México donde la justicia no sea una excepción. Diez años después, las palabras que nacieron aquella noche siguen resonando con fuerza: ¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!






Al revivir aquellos momentos, honramos la memoria de los 43 estudiantes y reafirmamos nuestro compromiso con la verdad. Cada rostro, cada mirada, es un recordatorio de que la lucha por la justicia es un acto de amor y de dignidad. Diez años después, estas imágenes siguen siendo una poderosa herramienta para mantener viva la llama de la esperanza y para exigir un México donde los desaparecidos no sean solo un número, sino personas a las que se les arrebató la vida.